Las paredes del Castillo de Cornatel, a lo largo de los siglos que lo contemplan, han visto pasar por sus salones y almenaras a campesinos, nobles, militares y personalidades de todo tipo. Todos han condicionado de un modo u otro el devenir de éste sin darle opción a tomar palabra sobre ello.
Algo similar ha ocurrido con nuestra comarca. Por nuestras tierras han pisado políticos y demás personalidades que han decidido por nosotros sin poner en valor a las gentes que las habitan, ignorando las fortalezas y necesidades que atesoran. El pasado domingo 16 de Febrero más de 20.000 bercianas y bercianos salimos a la calle para gritar bien alto nuestro descontento y nuestra voluntad de construir un futuro para nuestra gente. Es un rayo de luz que tenemos que alimentar y despejar los nubarrones que en los últimos años amenazan en el cielo. Debemos reivindicarnos. Somos esa luz.
A continuación os dejo un párrafo de nuestro escritor más emblemático, a colación del Castillo de Cornatel y lo que transmitía al autor:
«Por fin, torciendo a la izquierda y entrando en
una encañada profunda y barrancosa por cuyo fondo
corría un riachuelo, se le presentó en la cresta
de la montaña la mole del castillo iluminada ya
por los rayos del sol, mientras los precipicios de
alrededor estaban todavía oscuros y cubiertos de
vapores. Paseábase un centinela por entre las
almenas, y sus armas despedían a cada paso vivos
resplandores. Difícilmente se puede imaginar
mudanza más repentina que la que experimenta el
viajero entrando en esta profunda garganta: la
naturaleza de este sitio es áspera y montaraz, y
el castillo mismo cuyas murallas se recortan sobre
el fondo del cielo parece una estrecha atalaya
entre los enormes peñascos que le cercan y al lado
de los cerros que le dominan. Aunque el foso se ha
cegado y los aposentos interiores se han
desplomado con el peso de los años, el esqueleto
del castillo todavía se mantienen en pie y ofrece
el mismo espectáculo que entonces ofrecía visto de
lejos». Fragmento del capítulo X de El Señor de Bembibre.
Diego Carrera, 2020.