Hace algo más de una semana que el sol brillaba con fuerza sobre la villa del Burbia y el tan esperado 1 de mayo despertaba con un pueblo ansioso por vivir. En perfecta sintonía, sin batuta pero con cientos de músicos, las piezas del puzzle comenzaban a encajar: los balcones se vestían de gala y las responsables de tal atuendo preparaban con mimo unas castañas maias, algún caramelo e incluso algunas perras para tirar a los mozos y mozas que en ese mismo instante se lavaban la cara listos para dejar de ser humanos.


Los más madrugadores regresaban a sus respectivos barrios cargados de cañaveiras recién cortadas, preparadas para vestir al pilar fundamental de esta orquesta: os maios. Y poco a poco, los diversos backstages se fueron llenando con vecinos y vecinas dispuestos a volver a unir sus manos con un mismo fin.






En esos minutos antes de emprender la salida, los retoques finales son imprescindibles y las ganas de echar a andar se perciben sin dificultad: las gaitas afinan, últimas carreras a por un par de flores más, tensar bien la cuerda y comprobar que nuestros maios estén listos y cómodos, un par de tragos que entonen la voz y la rueda comienza a girar…




Las calles se llenaron de tradición y de vida. Una tradición sostenida entre todos, desde los pequeños que disfrutan de un día lleno de juego, hasta el más mayor que lo hace consciente de la cultura que mantiene.
Diversas maneras, diversos roles, diversos sentires y un solo resultado: tradición y raíces vivas. Demostrando así que la única forma de mantener unos cimientos firmes sobre los que construirnos es metiendo en la ecuación camisetas de AC/DC y mandiles.