Murió el califa rojo. Un 16 de Mayo de 2020. Una de las pocas figuras políticas de consenso entre más o menos toda la sociedad por su honradez, dignidad y sobretodo su capacidad para decir la verdad siempre con una pedagogía nunca vista. Anguita puede entrar en la historia como un ilustrador más que como un político. Como alguien al que le llegó demasiado pronto su momento. Lo cierto es que, quien más quien menos, respetó siempre su palabra.

Decir la verdad. Siempre escuchamos, que la política es uno de los artes del engaño. Y es cierto, nadie lo duda. Hoy en día se cuelan ejércitos de bots a colar bulos en las redes sociales. Esa es la última expresión. Pero antes existían muchas otras como maquillar el discurso. En el momento que los partidos pasaron de representar ideales y se convirtieron en «atrapalotodo». El arte de la mentira y el discurso dejó en un segundo plano los más puros ideales, Anguita no escondió nunca su base filosófica e ideológica. Y no lo hizo con palabrería culta. Ni más ni menos que poniendo ejemplos sencillos, metáforas perfectamente compartibles por todos. Construyendo el sentido común apelando a lo cotidiano sin renunciar a las verdades. Esa es su grandeza. Esa es nuestra enseñanza.

Honestidad y coherencia. La política se ha convertido en un sinsentido embarrado por la profesionalidad muchas veces de los partícipes en este juego -Hoy es en lo que ha derivado-. Vemos como cada cual cambia el discurso a su antojo según sople el viento. Otro de los problemas, primero del sistema representativo, segundo del sistema de partidos y tercero de la configuración mediática del discurso. Si algo pudo demostrar Anguita no es quizás la mejor manera de vencer. Pero si la de convencer primero desde el ejemplo -renunció a su paga vitalicia- segundo desde la pedagogía -nunca dejó de explicar cuales eran, bajo su punto de vista, las trampas y anomalías del sistema. Un ejemplo, Maastrich, aceptado por todos y cada uno de los españoles, fue de las primeras voces discordantes, cosa que le podía hacer perder mucho. Pero siguió firme en sus creencias. Y no lo hizo desde alguna creencia o a modo de mesías. Sino que simplemente contó lo que le dijeron los especialistas.

Renunciar al romanticismo. Renunciar al «Deber de resistencia» y plantearse el «Nacimos para vencer». Eso que hoy suena muy a Podemos y socialdemocracia metida con calzador Anguita lo planteaba en todos los términos en los que pudiéramos rebasar el sistema, sin tapujos ni medias tintas. Hizo del sistema de partidos su particular clase de historia y desde luego no dejaba a nadie indiferente. Otro mundo era posible pero todos debieran ir de la mano, la acción en los marcos representativos de un sistema podrido y las calles. Es decir, no todo puede ser capucha y cóctel molotov. Todo ha de tener un sosiego, intentar okupar el ayuntamiento como se hizo alguna vez en alguna huelga estudiantil en Ponferrada es por demás algo bueno. Pero se tiene que conjugar con algo más que la ira del momento. Tenemos que pensar y actuar en base a saber liderar la transformación social. Apartemos por un momento las emociones y pensemos cual es la mejor de las gobernanzas y la más racional de la administración.

Renunció a las viejas divisiones de la izquierda. Su dogma siempre fue el consenso desde el programa. Desde los hechos, desde el qué hacer más que el cómo será. «Lo que tiene que hablar de nosotros cara al exterior son las acciones» llegó a decir. Apartando símbolos y demás parafernalia. ¿Quién no renunciaría a una bandera por llevar a la realidad todos los anhelos revolucionarios que nos encienden el corazón?

Sobriedad y austeridad. ¿Necesitamos todo lo que consumimos? No lo creo. Sentar las bases de renunciar a la acumulación como mecanismo de satisfación y/o seguridad ha de ser uno de los pilares. Otro es la confianza en el sistema que creemos. El que no cabe en sus urnas. Renunció a su paga vitalicia como diputado. Algo fundamental para los que entendemos la política de una manera diferente.

En resumen, atender a la verdad antes que aquello que conviene decir fue su mayor virtud. Todo el mundo puede tener distancia ideológica con él pero nadie puede decir que mintiera en sus planteamientos y análisis de la realidad. Enseñó más a pensar que a votar y esa es su grandeza. A decidir por uno mismo más que a que otros le hicieran el trabajo en una representatividad podrida. «Un sistema económico sin control político produce una democracia como una cascara de huevo» y «No obrero, no trabajaré por ti mientras tu ves la champions League». Fascinante sin duda.

No mitifiquemos a Julio, aprendamos de su vida. No puede pasar a la historia como un cura o una especie de santo. No hay que decir amén a todo lo que decía. Simplemente escucharlo, rebatirlo -por que a las personas con sólidos argumentos se le rebate- y repensar el futuro como él lo hacía. Su ejemplo no es el de un santo, es el de una persona normal que decidió hacer política de una manera honrada, justa y buscando la transformación social. No es algo que nunca va a volver, es algo que como jóvenes estamos obligados a hacer volver y a exigir como mínimo a la clase política putrefacta de hoy en día.

Descanse en paz, camarada.

anguita

Escrito por:Bruno Bodelón

Ante todo humildad. Ante todo sin resignación. Ratiño de cuarta generación mínimo.

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