
Creo que cualquier persona que haya tenido o tenga un mínimo vínculo con el mundo rural, es consciente de la importancia que tiene el papel de la mujer como vertebradora y sustento de la vida que en el se desarrolla. Pero igual de fácil es ver como una figura tan importante ha sido históricamente invisibilizada, en innumerables ámbitos y entornos, pero de una manera más fuerte, si cabe, en las zonas rurales.
Por cercanía y por admiración, no quería dejar pasar este día sin dedicarles unas palabras. Quiero hablar de esas manos que nos han traído hasta aquí, trabajando, luchando, enseñando, y sobre todo: cuidando. Por estas manos que han construido tanto, desde los pueblos, desde la tierra, desde abajo y desde el silencio. Que se haga la luz, que se reconozca su valor y se valoren sus grietas.
Es aquí donde esas manos que cuidaban y cuidan, que trabajaron y trabajan, vieron sus gritos acallados y en innumerables ocasiones decidieron irse a la ciudad en busca de un camino más llano que les permitiera desarrollarse.

Según datos suministrados por el INE, a través de padrones municipales, se puede concluir como el éxodo rural ha sido protagonizado por mujeres. Esto se debe una presencia más fuerte si cabe de los roles y estereotipos de género en dichas zonas. Así como falta de oportunidades para la incorporación y permanencia en el mercado laboral, y la falta de servicios e infraestructuras. Esto último genera mayores dificultades en el caso de las mujeres porque provoca que el cuidado de personas dependientes o menores recaiga siempre en ellas, sin posibilidad de hacer uso de servicios que cumplan esa función como sería el caso de los centros urbanos. Además, existe una tasa de envejecimiento muy elevada que obliga a las mujeres a renegarse a ese cuidado, disminuyendo sus posibilidades de participación en la vida laboral, social y política.
Que el éxodo rural haya estado protagonizado por mujeres, además de innumerables explicaciones ha tenido otras tantas consecuencias. Ha generado un alto nivel de masculinización de la población. Esto, condiciona el estado civil y da por resultado una muy baja natalidad, lo que impide el relevo generacional y por tanto el mantenimiento y garantía de un futuro para el medio rural.
Otro problema bastante palpable y corroborable con datos estadísticos lo encontramos en las actividades agrícolas y ganaderas. La mujer siempre ha estado en una clara posición de desventaja en este sector, primero por la imposibilidad de tener explotaciones o propiedades a su nombre y ahora por un techo de hormigón que, aunque lejos de romperse, está comenzando a agrietarse.
En Europa, sólo el 12% de las tierras está en manos de las mujeres, frente al 61% que controlan los hombres. Además, hay grandes diferencias en la magnitud de las explotaciones que controlan unos y otras, siendo las de mayor magnitud controladas por hombres en un porcentaje muy elevado.
Aunque esta problemática se esté intentando solventar con diversas medidas, lo cierto es que avanza de una manera demasiado lenta. Desde aquí mi reconocimiento las Asociaciones de mujeres rurales que, cada vez más y con más fuerza, se agrupan y organizan para luchar por el lugar que se merecen en el mundo que quieren.
También se debe tener en cuenta la existencia de muchas mujeres «invisibles» que se encuentran vinculadas a las explotaciones agrícolas y ganaderas sin poseer una relación jurídica o administrativa con las mismas. Dichas mujeres, pese a trabajar en las explotaciones de sus cónyuges, padres o familiares, permanecen invisibles a algunas de las estadísticas, puesto que no poseen la titularidad de la explotación ni cotizan a la Seguridad Social. Así el trabajo desempeñado
por la mayoría de las mujeres que vinculadas a las explotaciones agrarias es considerado “ayuda familiar” puesto que son sus cónyuges los que ostentan la titularidad de las explotaciones.
El escenario está cambiando, si, pero muy poco a poco y sobre todo es importante destacar que ya vamos muy tarde. Vamos tarde porque siempre ha molestado hablar de un feminismo rural, de una reivindicación de la mujer. Por muchos motivos, y en ninguno encuentro la culpa a ninguna compañera ni familiar. Pero si encuentro las ganas de empezar a gritar por ellas, a ponerlas en valor, a darles toda la voz que se merecen (que es mucha más de la que piensan), a mostrar lo evidente: el mundo rural necesita avanzar, necesita despertar.

Desde aquí, mi más humilde homenaje a todas las mujeres que vivís y trabajáis en estas zonas. Y también a mis abuelas, a sus madres y todas sus predecesoras. Porque es de donde vengo, porque es de donde aprendo, de donde crezco.
Por todas las que se vieron obligadas a quedarse en estas zonas por los roles que le obligaban u obligan a renegarse a los cuidados. Por las que se quisieron quedar pero no lo pudieron hacer con calidades y reconocimiento. Por las que estáis luchando por cambiar el panorama, porque queréis vivir en vuestra tierra y recuperar el espacio y valor que os merecéis.
Por las que estamos y por las que vendrán. Por poder elegir si irnos o quedarnos, teniendo un horizonte seguro que de libertad de elección
Aunque escueza, aunque suene raro, aunque no se hable de ello: feminismo rural o barbarie.
«Porque necesitamos un feminismo que sea de todas y para todas, que supere la brecha geográfica, que se atreva a salir del centro de las grandes ciudades, y que valga para las que tienen voz y pueden alzarla pero sobre todo para las que tienen voz y piensan que no merece la pena que la suya se escuche. Un feminismo de hermanas y de tierra» (Extracto del libro Tierra de mujeres, de María Sánchez)
BIBLIOGRAFÍA
https://www.mapa.gob.es/es/desarrollo-rural/temas/igualdad_genero_y_des_sostenible/diagnostico/
«Tierra de mujeres» – María Sanchéz