Este es Justo, una tarde de primavera a la vera de un cerezo en flor. Entre luces y sombras, que podría no ser más que una metáfora de su historia. Hace justo (también) un año de esta foto, y fíjate como nos ha pillado esta vez abril. Con mi estación favorita en un ERTE. Cada uno en su casa y sin nada nuevo que contarnos, aunque con muchas historias que rescatar.

Él dice que “nunca tal cosa se vió”, y nació en el 37. Nació en un pueblo al que a veces no sabía llegar ni el aire, en una época en la que tampoco dejaban respirar. Recorrió más de la mitad de “Os Ancares” con una gaita a cuestas, que él mismo fabricó, mientras pateaba campo con sus ovejas. Más tarde lo haría con y por un acordeón.

Y dice que “nunca tal cosa se vió”.

Y dice que “imos quedar tolos”.

Yo creo que en lo segundo, no le falta ni pizca de razón. Pero añado, que tolos ya estábamos y esto simplemente lo ha demostrado.

Estábamos tolos del todo, porque ha tenido que venir una pandemia mundial para valorar aquello y a aquellos/as que nos rodean. Para darnos cuenta, de que las vistas que tenemos tras nuestra ventana, se comparten con la que está enfrente. Ha tenido que venir una pandemia, para conocer al vecino, a la vecina. Para agradecer la labor de la panadera, el sacrificio de la frutera, la cajera, el esfuerzo de la camionera, valorar a todo el personal sanitario y, en resumen: a todos y cada uno de los eslabones que mantienen el mecanismo de esta sociedad (desde abajo y desde siempre, pero “ha tenido…”).

Ha tenido que venir una pandemia para conocer el nombre de aquella con la que compartes pared o calle. Para ser conscientes de la importancia de hacer barrio y valorar las relaciones vecinales. El codo con codo. Para entender, que por mucho que se esfuercen en inculcárnoslo, el individualismo no lleva nunca a buen puerto: “si remas solo, te ahogas”.

Ha tenido que venir una pandemia, para desear con más fuerzas que nunca subir a ese monte que siempre has tenido abrazándote, y soñar con lo que desde allí se contempla, que no es más que el lugar por donde tantas veces has caminado sin percatarte de lo que tenías ante tus ojos. Ha tenido que venir una pandemia, para recordar y apreciar el café que tan humanamente te ponen en el bar favorito de tu pueblo. Y es que: ha tenido que venir una pandemia para valorar el pueblo. Al final, el truco para reivindicar el mundo rural, igual estaba en que cayera esta tromba para así anhelar todos el mismo refugio. Y ha tenido que venir…

Ha tenido que venir una pandemia a “encerrarnos”, para apreciar las cosas que nos hacían sentirnos libres. Y lo posteamos en Instagram y compartimos en Facebook.

La pregunta es: ¿Y luego qué?

Yo espero, que este aislamiento nos sirva para recuperar la capacidad de asombro que hace tanto tiempo perdimos con aquello a lo que nos acostumbramos a ver y sentir. Esa capacidad que tanto se desarrolla cuando haces un viaje a un lugar nuevo, pero que tan entumecida está cuando se trata de nuestra tierra. Nos hemos acostumbrado a lo que nos rodea, e incluso hay gente que solo se asombra cuando el foráneo se asombra (valga la redundancia) ante lo que ve cuando aterriza aquí.

Simplemente espero, que todo aquel que nunca dejó de ver por tanto tiempo esta tierra (las que ya tuvimos que hacerlo, aunque ese es otro cantar, ya aprendimos), cuando pueda volver a pisarla la observe con detenimiento y finalmente: se asombre. Ojalá empecemos a valorar de verdad y de corazón todo esto que tenemos, que es mucho más de lo que pensamos.

¿Cómo estará el cerezo que hace un año nos cobijaba con su sombra?

Ha tenido que venir…

Escrito por:Lucía Suárez

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