Hemos visto decenas de noticias estos días acerca de la invasión, como lo llamarían los de VOX, aunque no tengo muy claro si eso también va con los blanquitos europeos, y más aún de capital. Creo que más bien debiera llamarse «escapadita de semana santa» o «total si voy unos días al pueblo me quito del coñazo de estar en Madrid con la cuarentena». Realidades sorprendentes que nos obligan a compadecernos de esas personas que huyen de Madrid. ¿No?.

Bien se sabe, lo que se dice en la capital no se puede contradecir. No seamos más papistas que el papa, como dirían algunos. ¿Quienes somos nosotros, aldeanos, pueblerinos, paletos.. para decirles nada? ¿Qué justicia podemos aplicar los ganaderos, los montañeros, las agricultoras, las albañiles, los camareros y demás familia?. Ninguna, porque somos los atrasadines -o atrasadiños, depende de la zona del receptor del mensaje del madrileño egoísta de turno-.

Pero he de salir en una necesaria y dura defensa. En primer lugar y como es obvio, la inmensa mayoría de madrileños y/o residentes sigue en su puta casa. No sé si amargados, no sé si en ERTE, en paro, teniendo que coger ese metro infernal o simplemente facendo el mangelo, como diríamos por aquí. Como es normal, como dicta el sentido común. Bastante tragedia es ir a trabajar como tantas personas desde puente de Vallecas a la otra punta de Madrid por un dinero que pese a ser necesario, sigue siendo poco.

En segundo lugar, es tan sencillo escapar de Madrid..  no queriendo yo hablar aquí de sus pomposas infraestructuras de transportes ni de sus fabulosos medios. Sino más bien de la rutina de una ratonera de 6 millones de personas. Pese a ser la capital europea con más zonas verdes carece de medio ambiente. No diría carece discúlpenme. Tienen otro muy diferente al que no se adaptan y si lo hacen, lo conocen y lo saben, no les importa escapar a la mínima de cambio.

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Autora: Úrsula Marceline (@ursula_marceline)

En otra coyuntura sería increíble que escaparan, es una bendición ver los pueblos en verano. Es permitirse el lujo de mirar por un espejo a lo mejor del pasado, la vida de ellos. Un lujo que tiene manga corta, piscina, bicicletas, reflexiones profundas y paseos hasta que la madrugada termina. Un lujo finito que suele comprender dos meses de verano y que suele terminar en la última quincena de agosto con frases como «joder, si hubiera un trabajo aquí, una oportunidad» «allí cobro más pero estaría encantada de poder quedarme aquí», «con la paz que se respira». Frases ya hechas y vaciadas de contenido casi a la vez en la que se enuncian.

Por que en el fondo ese dinamismo de Madrid es lo que mueve a muchas personas. Ya sea en el arte, en la cultura, en el conocimiento o en la necesidad de encontrarse en la soledad de la ciudad. Esa soledad que te replanteas al salir por un portal y no conocer absolutamente nada, caer en lo absurdo que supone tanto hormigón, tanta grava, tanta linea recta para aquí, tanto semáforo para allá. Supongo que son etapas. Y las etapas hay que vivirlas.

Pero ¡ay de mi!, ese dinamismo no está. ¿Qué queda? Nada. Queda lo absurdo del hormigón, la grava, las líneas rectas y los semáforos. Y pensamos nosotros indeseables hombres de montaña, campo y barro, ese dinamismo lo tenemos a un palmo, sólo salir de un pueblo y de repente ¡joder cuánta actividad!. Cuanto cambio. Cuanta diferencia de un mes para otro. ¿Pero un madrileño puede imaginar que mute su edificio de enfrente? No lo sé, pero podría afirmar que no.

Nunca pudimos imaginar encontrarnos en un estado de alarma que supone el confinamiento en el hogar. Lo que supone matar el dinamismo de la obra artificial del hombre y alimentar el dinamismo de lo estrictamente mutable y dinámico, lo más inefable de todo.  La tierra.

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Autora: Úrsula Marceline (@ursula_marceline)

Notas del autor. Hablar de Madrid es hablar de todas las grandes ciudades de España. Hablar de una clase de Madrid no es hablar de toda la clase trabajadora que ni de lejos puede pensar en la opción de ir a su pueblo primero porque quizás ni tenga, segundo por que bastante tienen que aguantar. Hablé de Madrid porque es donde me tocó vivir. Salud y república berciana.

Escrito por:Bruno Bodelón

Ante todo humildad. Ante todo sin resignación. Ratiño de cuarta generación mínimo.

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