Una obra contemporánea de Umberto Corral que pretendía acercar la realidad lingüistica del Bierzo más de poniente se convirtió sin quererlo en uno de los mejores relatos del olvido que podemos disfrutar.
La obra es un relato que consta de tres capítulos y se trata de una obra intuitiva más que divulgativa. Sin narración en off, a palo seco y directo al corazón. Creo que así es como nos gustan las cosas por aquí. Solo si entiendes los castaños lo puedes llegar a comprender todo. Solo si consigues descifrar cada línea de inocencia y recuerdos mundanos conseguimos adentrarnos en la filosofía del autor.
Mientras rebuscamos el gallego del Bierzo descubrimos también otras expresiones preciosas y genuinas de nuestra tierra que difícilmente podríamos encuadrar en el gallego ni en el castellano. Sea lo que sea es precioso expresarse como generaciones y generaciones lo hicieron tanto tiempo atrás. Es un vehículo exquisito y sofisticado a través del cual podemos explicar fenómenos, técnicas, toponomía y un sin fin de circunstancias que la vida actual nos imprime de otras formas.
Hay dos maneras diferentes de entender la lengua: como herramienta política o como cultura popular. En ambos las intenciones pueden tener elementos positivos y negativos. En el primero de los casos puede servir a las ideas más oscuras y terroríficas de la humanidad, en la segunda encontramos algo menos peligroso pero igual de negativo, pues anuncia por igual expiraciones sin levantar la voz de alarma: La fosilización. Umberto juega en la cuerda floja de todas estas problemáticas que puede encontrar una lengua y ahí sin darnos cuenta nos sitúa: ante la belleza de las palabras, la alegría de los recuerdos y la rebeldía que nos exige el presente.

Y es que aunque desmenuza como nuestra forma de hablar también se perdía en los años más oscuros de nuestra historia reciente esto obedecía no solo a la norma sino también a los tiempos en los que los pueblos comenzaban a sentir la – que no hablar de – despoblación. Retratado en el dolor de los testimonios pero también en el reflejo de las imágenes, la despoblación, la migración y sobre todo el olvido al que suelen inducir vuelve a ponerte tenso, angustiado e incómodo.
Ahí reside la clave del documental: Una serie de recuerdos, de relatos, de construcciones literarias que algún día fueron parte de la vida cotidiana de los pueblos del Bierzo, de manera inocente, risueña y sosegada. Son hoy también unas herramientas que tenemos para al menos, resistir en los pueblos. Y si llegas a este punto del documental, verás que no solo es la lengua de lo que se habla. Pese a que el director no intenta dar ninguna solución mesiánica consigue su objetivo: Que te sientas incómoda ante la desmemoria, ante el abandono y ante el retroceso de trincheras.
Cuando una señora de Corullón no sabe explicar por qué han perdido esa lengua o ese sentimiento de pertenencia no está aludiendo a un sentido de responsabilidad histórica con la transformación de su cultura. Ni siquiera está haciendo ver que está bien o que está mal. Sencillamente deja patente que sin pensar mucho en ello, agentes externos han transformado su forma de vida, incluso la forma en la que se expresa. Cayendo en la vieja paradoja marxista del trabajo asalariado, «ellos no saben lo que hacen, pero lo hacen», que recientemente tiene su actualización en nuestros días y en nuestra generación con una respuesta más contemporánea de Slavoj Zizek «ellos saben lo que hacen y lo hacen muy bien».

Hay otro elemento troncal del relato que parece impregnar todo el documental sin darse cuenta, en un segundo plano, ambicioso pero discreto. Es la idea de comunidad. El lenguaje también articula el sentimiento de pertenencia pero es igual de contingente que el resto de elementos culturales. Quizás pese a perder el lenguaje la comunidad sobreviva, resista o incluso tenga continuidad en el tiempo. Esa quizás es una de las enseñanzas que sin querer nos muestra el documental. Paradójicamente, las construcciones nacionalistas y románticas del siglo XX y XIX estaban estrechamente vinculadas a la lengua. Un siglo después nos hemos quitado el polvo romántico de encima y sencillamente utilizamos la lengua como vehículo – que es como se muestra aquí-.
Por último, cuando en San Pedro de Olleros pierden el bus que les lleva a Vega de Espinareda están jodidos. El materialismo histórico condiciona una obra que pese a estar escrita en 2021 no puede caer presa de la posmodernidad que aún no ha llegado a los países deshabitados del estado.

Quiero terminar citando a Karl Polanyi para resumiros a la perfección lo que veréis si veis el documental. «Se trata de optar por la justicia enfrentándola incluso con la ley, y de ensalzar la autoridad de los héroes de la belleza y de la verdad sobre las ruinas de la autoridad de las convenciones, del cinismo, de la ignorancia y de la inercia del alma.»