Como cada año, comienzan los pueblos a despertar.

Ya se sienten los aperos que remueven la tierra

que ha reposado durante el invierno.

Cubierto por las grandes y sanadoras heladas

y al abrigo del mar de niebla que la cubre como velo de seda

        Tierra que albergará los frutos que en común con el hombre

 dan vida a un lugar que, sin esa labor conjunta, estaría muerto.

Como un arado, debemos remover y preparar esa tierra

para sacarla del letargo y verla frondosa, preñada de vida.

Viviendo el presente y trabando en el mismo

también lo hacemos para el futuro,

pues no es recompensa instantánea la que se recibe.

Bebamos con entusiasmo el agua de las próximas lluvias

y extendamos las raíces en una tierra que necesitamos

y nos necesita.

Comencemos a trabajar para que, aunque no veamos los frutos,

haya alguien que los recoja.

Como el labrador, que siempre planta para mañana.

 

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Escrito por:Raúl Ochoa

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