Como cada año, comienzan los pueblos a despertar.
Ya se sienten los aperos que remueven la tierra
que ha reposado durante el invierno.
Cubierto por las grandes y sanadoras heladas
y al abrigo del mar de niebla que la cubre como velo de seda
Tierra que albergará los frutos que en común con el hombre
dan vida a un lugar que, sin esa labor conjunta, estaría muerto.
Como un arado, debemos remover y preparar esa tierra
para sacarla del letargo y verla frondosa, preñada de vida.
Viviendo el presente y trabando en el mismo
también lo hacemos para el futuro,
pues no es recompensa instantánea la que se recibe.
Bebamos con entusiasmo el agua de las próximas lluvias
y extendamos las raíces en una tierra que necesitamos
y nos necesita.
Comencemos a trabajar para que, aunque no veamos los frutos,
haya alguien que los recoja.
Como el labrador, que siempre planta para mañana.