
Corrían los años 50, en un pueblo de montaña de Los Ancares Leoneses. Era una mañana fría. Los niños y niñas entraban en pueblo después de haber llevado el ganado a los altos pastos de las montañas:
Casimiro era el travieso del grupo y a menudo convencía a Romualdo, su quinto, para que se uniera a alguna de sus fechorías.
-Venga Romualdo, antes de entrar a la escuela vamos a tocar las campanas a la iglesia.
-Tú estás loco, si se entera el maestro nos va a matar. La última vez casi me arranca las patillas.
-No seas miedica, vamos, venga.
Desde lo alto del campanario ven a tres hombres caminando por una de las calles del pueblo:
– ¿Estás viendo eso, Casimiro?
-Sí, no los conozco. ¿Por qué van así vestidos?
– ¿De verdad no sabes quiénes son? -Preguntó Romualdo sorprendido.
-No
– ¡Son los falangistas! Se dedican a hacer cosas malas a la gente de el pueblo. El otro día vi cómo pegaron a Odulia.
– ¿Y por qué hacen eso?
-No lo sé. Mi abuela dice que es por una guerra que hubo en España, y que ellos son del bando de los malos.
-Ah sí, la guerra. En mi casa no se habla mucho de eso. Bueno, vamos a la escuela que el maestro se va a enfadar.
Ese día tocaba clase de lengua. Romualdo estaba leyendo un texto en voz alta cuando, de repente, la clase es interrumpida por la entrada de los tres hombres:
-Buenos días a todos. Venimos a regalaros un traje como el nuestro. Podéis coger uno cada uno. Si sobran podéis coger más. Todos tienen el escudo bordado.
Los niños estaban encantados. Se probaban el traje y jugaban a que eran militares:
– ¿Y tú por qué no coges uno? Le preguntó uno de los hombres a Romualdo.
-No lo quiero.
Al salir de la escuela, Romualdo estaba enfadado. No le había gustado lo que había pasado. Él los había visto hacer cosas muy crueles y no podía aceptar su traje. Se dirigió a su casa, veía a lo lejos la chimenea fumeando. Al entrar, se encontró con uno de los falangistas hablando con su madre:
-Hola, Romualdo. He venido a traerte el traje, te lo dejo aquí. Es un regalo nuestro, úsalo cuando quieras.
– ¡Si lo dejas aquí, lo echo a la lumbre!
Su madre lo agarró instintivamente del pecho y lo trajo hacia sí. Sin saber qué decir miró a aquel hombre esperando lo peor. Éste escupió en el suelo y dio media vuelta. Habían tenido suerte.
La posguerra en los pueblos fue muy dura, marcando huellas imborrables en la mentalidad de las personas. Fue una España que hizo mucho daño. Sin embargo, esas generaciones siguieron hacia delante, trabajando mucho y muy duro para poder sobrevivir. A pesar del peligro que eso conllevaba, muchos pueblos actuaban como pequeñas comunidades donde escondían y daban cobijo a “los rojos”. Son verdaderos héroes. Héroes que vieron con sus propios ojos muchas crueldades. Héroes que están un poco olvidados debido a los actuales prejuicios y estereotipos hacia el mundo rural. Héroes que sin duda salvaron a la España de la posguerra.
Autora: María Valcarce.