Las ruinas del monasterio de Montes de Valdueza contemplaban como siglos después comenzaban a ser algo más que un montón de escombros molestando a la entrada del pueblo. Ya tenían muy visto aquello de ver a gente marchando de allí -la mayoría dirección Ponferrada-, ellas estaban ahí, incluso después de un incendio a mediados del siglo XIX que dejó muy endeble aquella construcción. Eran tiempos difíciles.

Estaban allí a principios de siglo XX, cuando, como dije anteriormente, comenzaron a dejar de ser ruinas y se empezaron a erigir como uno de los monumentos que son un MUST de la geografía berciana si la visitas o si eres de aquí irás pasando de largo hasta que te fijes en alguna de las miles de millones de guías que no paran de florecer sobre nuestra tierra.

Sus primeras restauraciones no las conocí, no vi un presupuesto del ayuntamiento ni por supuesto vi como en las redes sociales la gente, haciendo de césar, juez y testigo por igual ejercía su democrático ejercicio de opinar con un pulgar hacia arriba o hacia abajo. Como, creemos que merecemos.

Llevaban allí muchos más siglos incluso que las poblaciones cercanas y contemplaban, porque esa fue su obligación desde el siglo VII. Contemplaban la sociedad de la abundancia, el exceso y el olvido. Una sociedad que subía al andamio, bajaba a la mina y sobre la cual la especulación, una toma de decisiones deslocalizada y una voluntad parasitaria vendría a teñirles el cielo de un gris que cada vez era más gris. Después de 2008 se ennegreció y con el cierre del último pozo terminó por completar su jugada maestra.

Luego decidieron lejos porque siempre es lejos que tendríamos que dedicarnos a una misión extraordinaria, revertir desde la ciencia las acciones que cometimos contra el medio ambiente. Y entonces desde lejos empezaron a regar con dinero que lejos de llegar a sus ciudadanos llegó a empresas, que empezaron a construir sobre las ruinas símbolo de lo que algún día fuimos para demostrarnos que podríamos ser pioneros en la captación de Co2. Pero bien alejados de la realidad esos proyectos quedaron lejos.

Y es que de distancia sabemos mucho en el Bierzo, conocemos los 380 kilómetros que más o menos nos separan de la puerta del sol en Madrid. Pero quizás, circunstancias del destino no conocemos – si no somos los afectados – la distancia que tenemos que hacer desde Villafranca para que nos atiendan en un centro de atención primaria si se consuman las peores decisiones que toman lejos.

Mientras tanto en Montes las ruinas comenzaron a dejar de ser ruinas y entre las piedras que conformaban el claustro monacal dejaba de crecer la hierba y sobre ellas se hacían estudios, informes, evaluaciones y demás numerología para transformar esas ruinas en monumento patrio orgullo de paisanos y allegados, y sobre todo atractivo fundamental de turistas. Que hoy son nuestro nuevo carbón.

Pero esas ruinas venían ya tiempo riéndose de nosotros, gracias a su capacidad contemplativa sabían cual era su destino. Sabían mejor que nadie que no iban a caer sino que iban a formar parte de la sociedad de nuevo y que las viejas túnicas sacerdotales se comenzarían a transformar en chanclas con calcetines, gafas de sol y cámaras fotográficas. Sabían que sus muros difícilmente volverían a albergar reflexión, culto y contemplación y pasarían a encontrar, de manera fortuita y previa entrada, admiración y pasatiempo fotográfico para muchas personas.

Quizás esta sea la segunda gran transformación que esta tierra tenga en 100 años. Quizás ahora volvamos a encajar un poco mejor la pieza del puzzle que nos ha tocado vivir con las anteriores pero permítanme unas dudas. Si contáramos desde la filoxera como punto de partida de un Bierzo que termina de morir con el plan de demolición de Compostilla II, hay varias cosas que aportar al debate.

Lo que permitió de manera ínfima pero fuerte, teniendo en cuenta el territorio, que Ponferrada pudiera pujar fidedignamente por la capitalidad de una hipotética provincia por la que también luchaban en el siglo XIX no fue su belleza, no fue siquiera su capacidad de crecimiento monstruosa como se analizan en varios informes, pudo competir por una plaza en el tablero territorial porque tenía una burguesía autóctona más o menos fuerte y con ganas de seguir haciendo. Pues las cosas de la burguesía no son pocas, ni seguramente todas buenas.

Cuando años después los planes de descarbonización y el cierre de centrales eléctricas vinieron para quedarse, ante la incredulidad de tantísimas familias. Nadie, absolutamente nadie decidió desde aquí y como suele pasar, salvo todas aquellas personas que echaron a andar por las calles y a cortarlas, nadie con un mínimo de poder político quiso salvar, o al menos transformar, el pan del que gozábamos -y en exceso-.

Se nos dijo que volviéramos a las huertas, pero nadie nos dijo que crearíamos un modelo sostenible para con el agricultor, por el cual no se tenga que morir de hambre trabajando de sol a sol y prostituyendo su obra de arte en forma de sucos a menos de lo que de lejos, ya no es un precio justo.

Se nos dijo que volviéramos al ganado, pero nadie nos dijo ni nos prometió que lucharíamos contra las macrogranjas, dueñas y señoras de la mayoría del mercado de la carne en el mundo occidental, y causantes a su vez de una de las problemáticas que más nos lastrarán de aquí en adelante: nuestro medio ambiente.

Se nos dijo que el turismo y el sector servicios era nuestra solución. Y aquí parece que de alguna manera podemos movernos, hemos transformado cualquier rincón de descanso o cualquier ruina en un constante «las playas fluviales que no te puedes perder en el Bierzo» o en un «el atardecer más bonito del Bierzo está aquí, swipe up». Hoy dedicamos demasiado tiempo a un marketing digital que hace un mes ni existía y demasiado poco a contemplar las ruinas que quedan del monasterio de Montes.

Hoy estamos trabajando demasiado ese aspecto vacío y superfluo de nuestra sociedad que nos obliga a estar en constante movimiento conquistando de alguna manera u otra los lugares que luego serán valorados por otras personas en sitios completamente diferentes, en contextos completamente diferentes y sobre todo en unas circunstancias completamente diferentes para las cuales fueron creadas en su día. Hoy buscamos ese instante fácil y cada vez nos ponen más fácil esa búsqueda, «la guía de los castillos que no te puedes perder» «las cafeterías de moda».

Para eso estamos quedando, para dedicarnos al turismo pero sin antes pagar el sacrificio de admirar la belleza, y estremecer el alma pensando lo que algún día fue lo que hubo allí que ahora ya no está y no volverá. Nos importa una mierda, tenemos «las terrazas que causan furor este verano en el Bierzo» y gracias que existen.

Es eso o entregarnos a una última pero no por ello menos importante opción. Esa opción que pretende no transformar el paisaje, como de alguna manera u otra llevamos construyendo desde el neolítico nuestra especie, sino, directamente destruirlo sin mirar atrás. Pero aún encima de destruir, pisar, desmontar un modo de vida y reírse de la capacidad de soberanía de los paisanos, aún encima tendrán la cara dura en primer lugar de no dejar ni un mísero vatio de energía aquí y subirnos el precio. Y en segundo lugar, están teniendo la desfachatez de chantajear con el pan a la gente, para dividir, para enturbar, para ensombrecer a los que les están plantando cara, para quizás mearnos un poco más en la cara. No, amigos y amigas, los parques eólicos del Bierzo oeste o de la Sierra de Xistréu no vienen a regar de trabajo unas tierras miserables, vienen a arrasar contigo, contigo, contigo y contigo también. Como siempre han venido aquí.

Ahora que yo pretendía demostrar el abandono que sufrimos me doy cuenta de que no nos dejan en una gasolinera a 100 km de casa, lo que nos han dejado es seguir en nuestra casa pero sin comida, sin decisión, sin voz y por supuesto sin voto. Los países tiemblan cuando en sus periferias residuales y a las que solo aparecen a extraer, se mueven. Yo tengo fe, porque sino, no estaría creyendo en el romanticismo que mueve el proyecto para el que hoy, estoy escribiendo. Seguimos.

Escrito por:Bruno Bodelón

Ante todo humildad. Ante todo sin resignación. Ratiño de cuarta generación mínimo.

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