Cualquier berciano se orienta con cinco puntos cardinales. Los cuatro genéricos -norte, sur, este y oeste- y las torres de refrigeración en Cubillos del Sil. Es innegociable que hemos unido la idea de progreso a la de esos bodoques en el cielo. Y está bien por que es la historia de muchas personas del Bierzo que se dignificaron al vestir el mono azul obrero que permitió cumplir con las aspiraciones de prosperidad de muchísimas familias de la zona.
Ningún proceso histórico es homogéneo y monótono. Todos son vistos desde muchísimos puntos de vista y acertar en su revisión es una tarea compleja y de todos y todas. Comprender lo que nos hizo crecer en el siglo XX y lo que nos mata en el XXI es obligatorio para otorgar una visión de lo que será el Bierzo del futuro.
En otra parte del Bierzo, seguramente más aislada y despoblada, mientras se levantaban las torres, el drama – o la alegría- pasaba por la migración forzada. Y quizás como ahora, la idea era la de prosperar aunque partiendo de una base bastante diferente: En aquellos tiempos se escapaba de la miseria absoluta. Aquello era migrar para comer, para sobrevivir y para poder volver al pueblo con un jornal.
Se desplazó la vida tradicional por una sociedad industrial y construida alrededor de un centro geográfico, donde los pueblos fueron estorbo. Donde los pueblos fueron progresivamente perdiendo elementos de su identidad desplazados por la riqueza que procedía de fuera. De la industria energética, de la minería o de la primitiva industria siderúrgica llegaron las construcciones modernas, el alumbrado público, el asfalto y en general una serie de elementos que dignificaron la vida en los mismos. Renunciar a todo aquello es renunciar a parte de la verdad.
Hemos ganado en feísmo, en calidad de vida, en servicios, en útiles para la vida del día a día en las casas. A cambio hemos relegado al olvido instituciones propias que regulaban la vida cotidiana, desde las cantinas del pueblo hasta el control del excedente del grano y la harina. Las costumbres se fueron diluyendo como formas de desarrollo y fosilizando a través de la folklorización de las mismas. Al mismo tiempo que el progreso se abría paso como un elemento unívoco y lineal se olvidaban las cuestiones que habían conseguido hacer sobrevivir a poblaciones enteras.
Para algunas personas esto es un problema de la historia como elemento arrollador e incuestionable. Para otras una mera cuestión de limpieza y progreso. Lo cierto es que no está mal ni bien. Todo lo acontecido es lo que nos ha construido como sociedad hoy en día y romantizar la miseria sería tan asqueroso como vanagloriarse masivamente y de manera colectiva por que puede venir otra gran empresa con miles de puestos de trabajo sin la certeza que ella misma producirá los elementos para formar una sociedad en la innovación, el avance de la técnica y el amor por lo nuestro.
La única cuestión visible atendiendo a la historia más reciente de nuestra tierra es aquella que tiene que ver con la capacidad de decisión de las comunidades. Y no hay fondos europeos en forma de subvenciones que terminen por construir la soberanía que necesitamos. Es una cuestión de organización desde los elementos vertebradores de la democracia más simple que podemos tener: Hablar con el vecino y decidir que coño quieres en tu pueblo. Cuestionarse lo que viene sabiendo lo que queremos que venga. Entre lo blanco y lo negro hay unos grises preciosos donde muchas personas tendemos a encontrarnos y esa capacidad hoy por hoy es nula y es la única negación que en forma de verdad, nos ofrece el siglo XX.
Y es lo que duele. Por un lado no volverán las comunidades que salieron adelante durante siglos, por otro no tenemos la capacidad de decidir cual es la vida y el modelo de desarrollo que queremos y por otra, aunque quisiéramos confiar en la innovación, no podríamos por que están negadas a esta parte del país, las capacidades logísticas, de infraestructuras y de conocimientos.
Ahora que estamos emigrados, precarizados y marcados por una constante sensación de desánimo colectivo, sin un plan, romantizamos o vendemos los pueblos para vivir de ellos de cualquier manera que se abra paso. ¿Qué hacemos?.
Fotografía de cabecera: La Central Compostilla II poco después de su construcción (ARCHIVO REVISTA OBRAS PÚBLICAS)