Vamos a ponernos en contexto. En 1911 un ingeniero llamado José Luis Torres Vildósola tuvo a bien presentar un proyecto ferroviario para El Bierzo, queriendo conectar Villafranca del Bierzo con Villaodrid, en la provincia de Lugo. La empresa no llegó a buen puerto y pronto se abandonaron las esperanzas de desarrollar un fomento que aún no llega. Años más tarde, una tremenda obra de Luis Barcia Merayo nos acercó de nuevo a ese plan al hablarnos del reloj de Paradiña que, habiendo sido colocado como primeras actuaciones del gran despliegue que iría a acontecer, se quedó como único testigo vivo de quizás el primer requiebro que la política estatal tuvo con El Bierzo.

Hace unos días caminamos por el pueblo de los gritadores de la Somoza. Mi cabreo fue inmenso. Pasando por la misma fuente que entraron tantos arrieros, vendedores, viajantes, pastores, labradores y seguramente muchos manguelos, encarábamos la Iglesia y la principal plaza del pueblo. Por supuesto no había ni rastro del dichoso reloj ni nadie que a las 4 de la tarde de un mayo demasiado caluroso pudiera atestiguar a pie de calle la existencia o el recuerdo de tal artilugio.

Primero vino el shock, el no asumir que quizás el reloj fue una construcción literaria dentro de una realidad futurible en sí misma: el sueño de ver una Somoza siendo una ciudadanía de primera. Más tarde luché por averiguar algo acerca de él pero la única enciclopedia que no pesa se negó a contestarme. A lo que solo me puedo remitir a realizar una metáfora, el reloj de Paradiña es como el medio rural y el mundo rural. Me explico:

Hasta no hace mucho tiempo los pueblos estaban técnicamente dentro de un conjunto llamado el medio rural. De hecho aún es visible en muchos organismos como una concejalía del ayuntamiento de Ponferrada. El medio, según la RAE, se refiere a que corresponde a los caracteres o condiciones más generales de un grupo social, pueblo o época. Así, hasta hace no mucho fuimos y fueron tratados nuestras patrias infantiles, nuestros núcleos de vida, nuestros mejores recuerdos o nuestros mayores sacrificios. Como algo genérico, más pequeño, que ocupaba más espacio geográfico que político y que no incordiaba. El reloj de Paradiña no era más que un vestigio de lo que un día pudo ser y no fue. Un instrumento más que pasaba a rellenar el espacio de la normalidad del medio rural, el abandono. Probablemente, como anticipé, ese reloj nunca existiera.

Y ahí reside todo. En que lo que mi yo dice que existe y lo que existe de verdad hay un abismo llamado literatura que es la que ha construido el mundo rural. Al hablar del mundo rural ya no solo contemplamos las condiciones generales – normalizadas como el abandono, el exilio y la falta de desarrollo- sino que especiamos con mitos, leyendas, símbolos y un relato un poco más el pueblo. Cosa que puede ser fantástica o no. Ahora ya no es tan fundamental hablar del desarrollo del país sino que glorificamos su normalidad. Y ahí aparecen los demonios.

Los demonios son relatados en cualquier charla informal por cualquier núcleo alejado de una urbe o de menos de 100 habitantes. Una vez un vecino de Madrid con ascendencia de Toreno preguntó: «¿Por qué no usas galochas Carmen?». Ella enseguida se enfainó y le apremió con un contundente: «¿Por qué no puedo llevar tacones como en Madrid?». Utilizar galochas o madreñas es algo realmente útil y más en días donde la tierra está impracticable, eso es una obviedad, pero su coste hoy es elevado y no quedan artesanos que conozcan la técnica- ese es otro problema que abordaremos- . Aparentemente la pregunta no encarna ningún conflicto para nadie pero sí para Carmen, conocedora de las intenciones del interlocutor que viniendo al pueblo necesita reconocer lo que le diferencia de la ciudad y quiere verlo presente cada vez que visita su localidad.

Pero la diferencia no reside en la fosilización de en este caso las galochas, que genera rechazo y estigmas. Sino que reside en la mirada de las instituciones. Mientras unos tienen la atención de los medios, el poder político y los mejores talentos, los otros, es decir nosotros, tenemos la cámara fotográfica haciéndole la foto a las galochas y sonriendo por el hallazgo mientras en el pueblo no hay ni un mozo, tenemos la palloza perfectamente arreglada gracias a una subvención europea pero sin nadie que aprecie el sufrimiento que en ella se vivió, origen de que quedara vacía y tenemos por último y no por ello menos importante, la aparición de los buitres entre la putrefacción para rapiñar todo aquello que la despoblación y la falta de desarrollo económico tiró por la borda.

Fotografía: Paradiña, lugar del enigmático reloj.

Escrito por:Bruno Bodelón

Ante todo humildad. Ante todo sin resignación. Ratiño de cuarta generación mínimo.

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